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¡Cuánta desgracia!


Las noches eran solitarias y oscuras, y nada había que pudiese consolarlo. Solo el frío y el ímpetu de la lluvia le recordaba que aún era posible sentir, que no se hallaba del todo muerto.

Caminar sin rumbo no le brindaba ningún consuelo, pero estaba la sensación de cansancio después de un par de horas, lo que le indicaba que su cuerpo aún era capaz de palpar, experimentar y soportar nuevamente; solo necesitaba ser llenado otra vez, y tener algo por lo que desbordarse de alegría o de tristeza... las experiencias meramente físicas ya no eran suficientes. Incluso la tristeza que sentía, ¿era realmente un sentimiento? ¿Podría considerarse que tenía algo en su interior por lo que luchar (o contra lo que luchar)? Porque en efecto, no se sentía como algo propiamente: estaba vacío.

Sin embargo algo era seguro: no quería morir. Urgía hidratar su espíritu con la esperanza de encontrar algo que valiera la pena en éste mundo, pero ¿qué podría ser, si lo único que lograba hacerlo feliz había perecido? El trabajo era banal, insípido; las relaciones interpersonales eran superficiales. ¿Ya no quedaban sentimientos auténticos, dignos de ser experimentados por voluntad propia?


Una noche, como había hecho en tantas otras, caminó sin parar y sin un camino específico, cabizbajo y con los ojos cerrados la mayor parte del tiempo, las manos guardadas en los bolsillos laterales del gabán y un sombrero de copa adornado con un elegante listón de seda negra alrededor, cubriendo su cabeza. Después de un tiempo, sin tener la más remota idea de cuánto había pasado desde salir de casa ni hacia qué dirección se encaminó, se detuvo frente a una hermosa casa idéntica a la que él y su esposa desearon construir juntos alguna vez.

La nostalgia y la inocencia propias de quien ha perdido toda razón -de quien muere en vida al perder lo que hacía feliz su existencia-, le impulsaron a entrar en la residencia como si de su propiedad se tratase. Abrió la puerta y se posó en el umbral, lúgubremente iluminado por un precario halo de luz que arrojaba un foco atenuado por la densa cortina de lluvia.

Tras unos instantes en los que por su mente cruzaba un torrente indescifrable de pensamientos, dio cinco pasos adelante, y se encontró entonces en el centro de la sala de estar amueblada con refinados muebles antiguos. A su izquierda se ubicaba un buró de madera pintada en blanco, y con tallados irregulares que indicaban un diseño de flores en los bordes. Sobre este se posaban varias fotografías de quienes, con seguridad, serían los integrantes de la familia que allí habitaba. No obstante, y pese a la oscuridad reinante, había una que llamó inmediatamente la atención del intruso; la tomó y la acercó a donde le diera un poco de luz para poder observarla: en ella aparecía una chica de finas facciones, con piel clara y cabello castaño, largo y ondulado cayendo sobre su hombro derecho con una suavidad tal, que parecía una cascada de esponjosas nubes rojas difuminándose mientras descendían. En su rostro se dibujaba una enorme y fresca sonrisa, dejando al descubierto una línea de dientes perfectos, como tallados sobre mármol blanco... sin embargo se advertía algo en ésa imagen que no pasaba desapercibido ante una vista tan aguzada: "¿qué es lo que veo? ...Semejante belleza, tal muestra de frescura y alegría: no son genuinas, son una farsa. La configuración de su mirada delata la mentira que tiene lugar en sus labios... su sonrisa tan perfecta se reduce a un triste y pobre intento por engañarse a sí misma y a los demás. Sus ojos dejan escapar toda la pesadumbre y el pesimismo que su vida le representa. ¿Ya no quedan sentimientos auténticos? Éste mundo está podrido, y necesita ser restaurado... se precisa el surgimiento de una nueva cultura, una que no permita hipocresías y que condene a quienes den cabida a una conducta tan indigna".


Así, luego de haber renacido en su interior una causa a la que entregarse, el hombre recuperó su fuerza y su energía y, decidido, salió de aquélla casa para caminar, o correr o lo que le permitiera expresar el nuevo entusiasmo que gozaba.

Y a decir verdad, era un hombre capaz y con todos los recursos necesarios (tanto intelectuales como materiales) para ofrecer a la sociedad el conocimiento de un sistema de pensamiento idóneo para despertar en las personas una nueva energía y una nueva ley... es una pena que al salir tan excitado resbalara con la superficie del pasillo, cubierto con lozas de algún tipo de cerámica lisa. Cayó y se golpeó la nuca con el escalón que conducía al interior de la casa, muriendo instantáneamente, y una gran empresa con él.


Hoy parece imposible intentar siquiera proponer una idea como la de aquél desgraciado, pues el elemento base de la moral es la hipocresía. ¿Libre pensamiento? ¿Qué significa tal cosa? ¿Es posible aplicar el adjetivo "libre" al pensamiento? Al menor intento, el dragón que se ha adueñado de la vida despertará de su letargo para devorar a quien se atreva, y ante sus esclavos será visto como un "destructor", por miedo a contradecir al verdadero aniquilador...


¿A dónde me llevan? ¡No! ¡Suéltenme, lo que les digo es verdad! ¡Cuánta desgracia! ¿Es que acaso ése maldito dragón los ha convencido de que él es el "bueno" y "justo"! ¡Suéltenme!


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