Paranoia
Eran cerca de las ocho de la noche cuando concluyó la última clase del día, y todos comenzaron a salir del aula con aire ansioso; justamente el último día de la semana era el más ajetreado, y los muchachos no veían llegar la hora para marcharse y dar comienzo a las acostumbradas fiestas de fin de semana.
Todos se reunieron en la cafetería de la universidad para organizar cada detalle referente a la fiesta: la comida, las botanas, las bebidas, la música, y sobre todo en dónde se llevaría a cabo ésa noche.
Aproximadamente a cinco metros del grupo de jóvenes, se encontraba un chico completamente distinto a sus compañeros; todos los viernes tomaba el mismo camino desde el salón de clases hasta la entrada principal del colegio, y nada le causaba más fastidio que cruzarse en el camino de los demás estudiantes.
Solía ser un joven solitario, a pesar de lo cuál tenía una gran capacidad para relacionarse con otras personas. Tenía muy pocos amigos, pues calificaba a sus coetáneos como superficiales y carentes de intelecto. Su nombre era Dorian.
Aquélla noche cargaba con una sensación un tanto melancólica, y durante el día había estado meditando sobre los temas inherentes a la juventud: amistades, noviazgos, fiestas, sexo, alcohol, etcétera.
Se debatía sobre si asistir a la fiesta de ésa noche y abrirse a conocer personas nuevas, conocer más de cerca la vida despreocupada y fiestera en la que estaban inmersos sus compañeros de clases.
Permaneció a la distancia, mirándolos mientras pensaba cómo acercarse e integrarse al grupo, para después ir todos juntos a donde fuera que hubiesen decidido hacer su fiesta.
Sin embargo, tras pensarlo detenidamente durante un par de minutos, decidió que en realidad no deseaba asistir a ningún tipo de reunión social, no ésa noche; aún menos con aquéllos a quienes consideraba limitados mentales, escandalosos sinsentido y alcohólicos superficiales.
-Míralos: se ven contentos, todos ríen y se dan el mejor trato; no les preocupa que mañana tengamos evaluación final en tres materias... sólo les preocupa divertirse ésta noche y hacerlo mucho mejor que la semana pasada... pero qué estupidez, ¿quién podría preocuparse menos por lo que verdaderamente importa? ¿... Y qué es lo que verdaderamente importa?
Yo considero fundamental conseguir las mejores notas, en definitiva; y para ello debo prepararme arduamente, porque sólo con esfuerzo se consiguen las metas que uno mismo se propone.
Apresuró el paso, y caminó justo a un lado del alegre grupo de jóvenes, siguiendo su ruta sin voltear a mirarlos una vez más.
Mientras andaba a paso ligero, le daba vueltas en la cabeza la certeza de que sería el mejor estudiante durante el resto del ciclo escolar, y el año siguiente también.
Se impuso a sí mismo el objetivo, y haría cuanto fuera para conseguirlo.
En ésos momentos poco se imaginaba que estaba a punto de toparse con una situación extraordinaria, completamente fuera de lo común, de la que no sólo no podría, sino que no querría evadirse.
Después de caminar unos quince minutos sobre la avenida principal, en dirección a su casa, cruzó a la acera del otro lado para evitar al mendigo que cada noche, sin excepción, asediaba a los transeúntes con breves historias de su tragedia, para causar lástima y recibir unas monedas de caridad.
Dorian era un estudiante prodigio, y siempre buscaba nuevos retos intelectuales, problemas complicados que requirieran un análisis profundo. Él era bueno en éso.
Y aquél día sería una experiencia invaluable, una que implicaría un verdadero reto a sus habilidades de investigación.
Aproximadamente a treinta pasos adelante, había un callejón oscuro, que conducía a una calle paralela a la avenida por la que él había trazado una ruta fija para todos los días al salir de clases.
Al acercarse lo suficiente, se percató de que la tenue luz generada por el único farol que había en aquél pasadizo, proyectaba la sombra de dos personas. Ésto le causó incomodidad, pues temía ser asaltado o secuestrado; era un barrio en el que éso pasaba a menudo... tomó cautela, y siguió caminando lentamente hacia el callejón, mientras empuñaba la navaja casera que cargaba siempre en el bolsillo derecho de su pantalón.
La adrenalina de la situación era tal, que incluso debía contener la respiración, pues controlarla era sumamente difícil; definitivamente no podía ser escuchado por quienes estuviesen en aquella calleja.
No obstante, fue mucho mayor la sorpresa al darse cuenta de que aquéllas personas estaban lejos de ser simples maleantes callejeros; estaban enfrascados en una silenciosa discusión de la que Dorian no pudo obtener nada claro. Pero de algo estaba seguro: lo que aquéllos hombres tenían entre manos no era bueno, y él debía averiguarlo... O mejor dicho: quiso averiguarlo.
Tras pensarlo un minuto, concluyó que de momento sería apropiado continuar su trayecto lentamente, y tratar de visualizar la apariencia de los misteriosos conspiradores. Una vez hecho ésto, daría la vuelta en la próxima esquina para esperar a que ambos salieran del pasadizo, y seguir por lo menos a uno de ellos.
-¿Por qué estoy haciendo ésto? No tengo idea de lo que ésas personas están tramando: ¿serán asesinos a sueldo, mafiosos, narcotraficantes o...?- Uno de los hombres apareció de pronto, caminando con prisa para cruzar la calle; tenía un aire nervioso, casi rayando en lo paranoico: miraba a todas partes con sigilo, como temiendo ser descubierto en una movida sucia; además se guardaba un sobre abultado en el bolsillo interior del saco.
Dorian se sobresaltó por el repentino brote de adrenalina que le provocó el apresurado acercamiento de aquél hombre; incluso por un instante creyó ver que introducía su mano en el bolsillo interior de la americana para sacar un arma.
Pero cuando pasó justo delante de él, volvió rápidamente en sí, y miró con toda atención su rostro; así podría buscarlo si lo perdía de vista ésa noche.
Era un hombre maduro, de alrededor de unos 40 años; llevaba un bigote bastante poblado, y usaba anteojos transparentes, probablemente con aumento. Tenía los ojos de un azul cristalino, casi transparentes.
Era de complexión gruesa, de estatura media y poseía un porte elegante; definitivamente no era un hombre que recorriera constantemente el barrio: parecía un hombre de bastante poder adquisitivo, a juzgar por la calidad y el cuidado en su vestimenta... y sobre todo por el Rolex plateado que rodeaba su muñeca izquierda.
Tras identificar todos los detalles que la prisa del tipo misterioso le permitió observar, se contuvo de seguirlo inmediatamente.
Cuando vio que el elegante y nervioso señor dio vuelta en la próxima esquina al lado derecho, planeó seguirlo a través de la calle contigua, para reducir la posibilidad de ser identificado.
Transcurridos unos diez minutos, habían avanzado casi cuatro cuadras, y al cruzar el próximo callejón pudo ver que el tipo cruzaba la acera; en un momento desesperado por no perderlo de vista, corrió tras aquél. Lamentablemente para el joven, su vehemencia le costó casi ser notado, y lo peor, pudo sufrir un aparatoso accidente: al salir corriendo del callejón, e introducirse al tránsito vehicular, un conductor apenas si pudo pisar el freno y desviar su automóvil para no atropellar al estúpido muchacho que atraviesa una calle sin precaución.
-¡Imbécil! ¡Ten cuidado al cruzar, casi paso por encima de ti!- le gritó al tiempo que daba un estruendoso y prolongado pitazo con el claxon.
-¡Fíjese usted, conduce como loco! ¿Acaso no sabe que el límite de velocidad en ésta calle es de 20 km/h?
Éste breve pero ruidoso percance, hizo que el hombre misterioso a quien Dorian seguía diese un respingo volviendo la mirada, con aire asustadizo; cuando vio que él se encontraba a salvo, apresuró nuevamente el paso y se perdió entre la muchedumbre de transeúntes que surcaban la banqueta.
El muchacho no pudo menos que suspirar y maldecir en un balbuceo; se hayaba decepcionado por su fracaso.
Una hora después, estaba exhausto, recostado sobre su cama y con la mirada clavada en la luna, que podía verse a través de su ventana, con las cortinas todavía corridas.
-¿Qué mierda tengo que hacer ahora? No es posible que lo echara a perder sin sacar nada en claro de lo que ésos tipos tramaban.
Tengo la esperanza de que mañana podré encontrarlos en el mismo lugar, aunque me adelantaré un par de horas.
AL DÍA SIGUIENTE, POR LA TARDE.
Dorian había terminado de alistarse después de una ducha, y engulló un plato de huevos revueltos para prevenirse del hambre a media jornada de su investigación.
La intuición del joven estudiante resultó ser poderosa, pues su trayecto se encontró con el del hombre misterioso de la noche anterior.
Esto le emocionó como a un chiquillo le emociona recibir un dulce, pero supo mantener la templanza, y rápidamente le aventajó tomando otra ruta hacia el mismo pasadizo oscuro de anoche.
Cuando hubo llegado, se aseguró de que estaba completamente despejado, y a partir del punto en el que dejó atrás al hombre que probablemente se dirigía a donde él estaba, calculó que disponía de alrededor de tres minutos para esconderse o escapar.
-¿Escapar? No doy crédito a que semejante idea cruzara siquiera mi mente- pensaba -He venido hasta aquí y representa un riesgo que me hayan notado cerca de ellos ya; haré que valga la pena...
Dorian sacó su teléfono, y rápidamente inhabilitó la línea para evitar interrupciones; además lo colocó en modo silencio y activó el grabador de sonido. Lo puso entre unas cajetillas de cigarros que estaban sobre un gran contenedor de basura, y salió del callejón caminando con naturalidad, como cualquier persona que decide cruzar de una calle a otra antes de llegar a la próxima esquina.
Justo frente al punto de encuentro de aquéllos misteriosos hombres, cruzando la calle a la que se conectaba, había un pequeño local de comida rápida; ahí decidió esperar mientras comía lentamente y casi sin saborear una hamburguesa con papas.
Pasó cerca de un minuto, cuando los dos tipos aparecieron juntos, y se introdujeron en el pasillo donde se habían visto la noche de ayer.
Ésto llamó la atención de Dorian, pues suponía que uno de los hombres al que seguía, entraría por el otro lado. El detalle le sugirió que tal vez se había apresurado al adelantarse; de cualquier modo, nada podía hacer para cambiarlo, y el par de señores estaban donde Dorian había previsto.
No pudo ver nada de aquella escena, pues el constante tránsito de coches, así como los reflejos de sus vidrios y la oscuridad del pasaje, se lo impedían.
Previsor como acostumbraba, pagó la hamburguesa al momento que se la dieron, para evitar retrasos cuando debiera continuar su secreta persecución. Lo cuál sucedió cuando no había comido ni la mitad.
Los señores salieron tranquilamente por donde habían llegado, y caminaban despreocupados hacia el borde de la acera; esperaron a que el semáforo les cediera el paso, y se dirigieron al lugar donde Dorian se hallaba, de pie en su mismo lugar, mirando a aquéllos aproximarse sonrientes... Ése momento en el que estuvo petrificado por los nervios, hizo que la mesera le preguntara si se encontraba bien. Él, sin darse cuenta aún de su estupefacción, asintió con la cabeza y volvió a sentarse.
Los hombres entraron al local, y se sentaron a dos mesas de distancia del inexperto detective; este terminó su hamburguesa a grandes mordidas, e incluso estuvo cerca de ahogarse a causa de sendos bocados intentado fluir a través de su tráquea.
Mientras recuperaba el aliento tras tragar los bocados, se aseguró que desde el local no se veía absolutamente nada de lo que ocurriese en aquél pasadizo.
Un par de minutos más tarde, salió con la mayor naturalidad que su nerviosismo le proporcionó, y resolvió en dar la vuelta un par de calles adelante y regresar por el otro lado al callejón para recoger su celular.
Cuando avanzó unos veinte pasos sobre la avenida, estalló en un gemido y comenzó a correr; casi sentía que unas manos extrañas lo tomaban de la chaqueta por la espalda.
DOS HORAS DESPUÉS, EN SU CASA.
Agitado y con las piernas temblorosas, se dejó caer sobre el sofá, al tiempo que soltaba un suspiro largo. Sacó el teléfono y buscó la grabación de lo que sea que haya sucedido en ése callejón:
-¿No te siguieron?- preguntaba uno.
-No, estoy seguro... ¿y a tí?- respondió el otro.
-Creo que no. Bueno, yo...
-¿A qué te refieres con "creo que no"!- replicó el primero con tono autoritario- ¿Te siguieron o no? Responde concretamente.
En éste punto Dorian tenía todos los sentidos completamente aturdidos por la adrenalina.
-¿Me ha visto? ¡No puede ser, fui cuidadoso! ¿Qué pasará ahora?- No podía evitar un tono infantil y los indicios de un pronto llanto histérico.
Volvió a reproducir la grabación:
-Había una mujer joven cerca de la parada del autobús afuera de mi casa, y me miraba constantemente; pero cuando sus ojos encontraban los míos, ella volvía rápidamente la mirada hacia otra dirección. Además abordó el transporte y descendió donde yo lo hice también... Ella iba delante de mí, pero procuré seguir mi camino tranquilamente para evitar sospechas.
"Pfffp"... Un sonido breve y sordo se escuchó en la bocina del teléfono, y los hombres habían hecho una brevísima pero incongruente pausa en su conversación.
-Sólo una cosa me resulta extraña, Alberto: ¿una mujer mirándote? ¿Qué podría verte?- Ambos rieron a carcajadas, y el primero volvió a hablar.
-No lo sé, pero estoy seguro de que a tí ni por lástima te dirigirían una mirada- Rieron de nuevo, pero hubo un detalle que el aguzado oído de Dorian no pasó por alto.
Repitió ése preciso segundo en la grabación para estar seguro, y entonces no le quedó ninguna duda: era el sonido de una hoja de papel... Ése sonido peculiar cuando uno dobla una hoja.
¿Qué sería? ¿Otro sobre, dinero, documentos? ¿...Tal vez una nota?
Continuó escuchando reproducción:
-Y bien, Alberto... ¿hiciste lo que te pedí?
-Por supuesto, hoy mismo tendrás noticias al respecto.
-No quiero ninguna falla, ¿me entendiste? No olvides deshacerte del tipo- Nuevamente ése sonido, un papel siendo doblado.
-Claro, de éso ya me encargué. De lo que aún tengo duda es sobre la caja: ¿dónde quieres que la esconda?
-Llévala a la bodega que está pasando el nuevo centro comercial, al norte de la ciudad. Te veré ahí ésta misma noche, ya sabes a qué hora.
-Como digas... Oye, muero de hambre. ¿Vamos por una hamburguesa?
-Bueno, pero tú invitas- ésta vez rieron un más suave, y fue todo lo que hablaron ante el teléfono de Dorian.
Sin embargo hubo otro ligero eco, como si su teléfono hubiese sido movido con cautela. El chico, ya excitado por todo lo que acababa de escuchar, abrió los ojos al máximo, y en su rostro se dibujaba la más profunda expresión del miedo.
-¡No! No, no, no, no es posible... Al inicio de la conversación de ésos dos delincuentes (estoy seguro de que son delincuentes) se escucha el mismo golpe en la bocina de mi teléfono... Los papeles pasando de uno a otro, y luego las hamburguesas... ¡He sido descubierto!
La impresión que ésto causó en el chico fue tal, que en un inconsciente impulso de desesperación, casi se arranca los cabellos de un tirón.
-¿Qué puedo hacer?- se preguntaba a sí mismo con voz ronca- ¿Ir a la policía? ¿Tomaré el riesgo de ir a ésa bodega de la que hablaron? ...¡Tranquilo! Es probable que ésos golpeteos en la bocina fueran accidentales; pdieron recargarse sobre el contenedor y mover accidentalmente el esccondite de mi teléfono... Pero ¿qué hay de los papeles? ¡Puta madre! ...Uff, tomaré el riesgo.
Dorian estaba resuelto a esclarecer ése asunto que lo tenía hecho un caos, y tomó todas las precauciones que sus recursos le podían proveer: se colocó sendas placas de hierro bajo la chaqueta por si le disparaban; se equipó con una ballesta casera que había fabricado con sus amigos hace un mes, y afiló la punta de las flechas. Además llevaba reloj, dos teléfonos celulares, linterna, agua y cuerda en una mochila.
Al ver el improvisado y aparentemente completo equipo de supervivencia que preparó, se sintió un poco más seguro y decidido.
POR LA NOCHE, RUMBO A LA BODEGA
Eran las 19:30, y Dorian viajaba en su bicicleta, la mente fija en la idea de resolver aquella conspiración que no podía ser buena, y tratando de mantener la tranquilidad.
Al acercarse a la bodega, advirtió que estaba aparentemente abandonada; sólo había una entrada y estaba bien iluminada por el alumbrado público sobre la carretera.
Se desvío hacia unos matorrales que había en el campo abierto a unos quince metros del almacén, en donde escondió su bicicleta y respiró hondamente durante unos segundos.
Cuando se sintió con el valor suficiente para continuar con su aventura, avanzó con recato en dirección al depósito, en donde lo que le esperaba era totalmente incierto. De cuando en cuando, cada cierto número de pasos, se colocaba detrás de algún montón de basura, u otro grupo de matorrales, colocándose en cuclillas y observando con precaución por encima de su trinchera, con el propósito de no ser descubierto en caso de que aparecieran los autores del misterio.
Finalmente, luego de acercarse con circunspección durante un par de minutos, consiguió entrar en el bodegón y esconderse bajo una enorme lona que cubría un auto destartalado y oxidado.
Una vez allí, no tuvo que esperar mucho, pues casi apenas esconderse, aparecieron los dos hombres justo frente a él, pero ésta vez tenían compañía: había dos individuos más, cargando una gran caja de madera, que era lo suficientemente pesada para que dos sujetos fornidos la levantasen con dificultad.
Dorian tenía pensado grabar todo lo que sucediera, pero la precaria luz no mostraba prácticamente nada ante su cámara.
-¿Ésta vez nadie te ha seguido, Alberto?
-No, estoy convencido. Sin embargo creo que sería bueno inspeccionar los alrededores para evitarnos imprevistos. ¿Qué dices?
-Sí, es buena idea... ¡ustedes dos, revisen los alrededores hasta diez metros de distancia! Cualquier detalle, por mínimo que sea, haganmelo saber de inmediato- ordenó a los corpulentos cargadores, y estos afirmaron con tono sumiso, tras lo cual salieron sin dilación.
-¿Sabes?- habló el fulano del bigote y los anteojos- algo me causa cierta incomodidad... no sé qué es, pero tengo la extraña sensación de que no estamos sólos.
-No digas tonterías, Alberto; siempre dices lo mismo cuando entramos aquí; las ratas te producen malestar, pero será mejor que ignores tu superstición.
Los tipos comenzaron a andar sin decir una sola palabra, y se colocaron exactamente detrás de Dorian. Este contuvo un chillido y se giró con sutileza para seguir presenciando lo que harían a continuación sus vigilados.
El desdichado muchacho sufrió un susto que casi le cobra la vida cuando, al terminar de girar completamente, y volver la mirada hacia arriba, se encontró con el cañón de un arma apuntando a su entrecejo.
Aquí, Dorian fue incapaz de resistir un grito abismal que le salió desde lo más hondo...
-¡Dorian! ¡Dorian! Despierta, ¿estás bien?
El joven, confuso y sin saber qué ocurría todavía, estaba bañado en sudor y temblaba de frío.
El doctor que lo atendía lo levantó con problemas del suelo y lo colocó de nuevo sobre la camilla; le acercó un algodón mojado en alcohol a la nariz, para hacerlo reaccionar.
-¿Qué pasa? ¿Dónde estoy?- preguntaba el chico cuando hubo recobrado el sentido; se hallaba completamente desorientado.
-Estás en mi consultorio, Dorian; yo soy el Doctor Marcelo Davila, tu psicólogo... ¿te encuentras bien?
-Lo siento, Doctor, estoy un poco aturdido, pero estoy bien... ¿pudo averiguar algo?
-¿Sabes, Dorian...? Comienzo a pensar que tal vez no se trate de un sueño interrumpido; creo que el sueño en realidad concluye donde siempre despiertas. Verás, todas las emociones que tienen lugar en la trama de tu representación onírica, parecen provenir de alguna situación en tu vida que te tiene tenso: la paranoia, el miedo, la constante tendencia a esconderse y la vigilia, el verte a tí mismo como alguien que no encaja por su superioridad intelectual... creo que tienes miedo de algo o de alguien; me gustaría que me cuentes qué te tiene tan preocupado, pues sólo así podré ayudarte.
-No sé de qué habla, Doctor... es un simple sueño que se ha vuelto recurrente y sólo quiero saber cómo puedo terminarlo- replicó el muchacho con un tono apurado- ¿Me va a ayudar o no!
-Sí... te ayudaré en la medida en que cooperes conmigo.
-¡Pff! No tengo tiempo para charlatanerías, Doctor... gracias por nada, y adiós- se despidió con agresividad dejando caer el dinero por la consulta sobre la mesa de centro, y dirigió una última mirada acusadora al desconcertado psicólogo, quien se ajustó las gafas con una mano, y con la otra arrojaba sobre la mesa su cuaderno de notas; en este se leían en lista las siguientes palabras:
CULPA, REMORDIMIENTO, PARANOIA, AGRESIVIDAD, OBSESIÓN CON EL ORDEN.
Al final de ésta lista, encerrado en un círculo se leía: "¿ASESINATO? ¿VIOLACIÓN? ¿SECUESTRO?".
EN CASA
-Querida, ya estoy en casa... ¿estás ahí?
No obtuvo respuesta alguna, salvo un sordo golpeteo proveniente del sótano.
-Ah, mi amor, ¿estás allá abajo?- hablaba en voz alta, mientras colocaba su mochila y su chaqueta en el perchero junto a la puerta de la entrada; se quitó los zapatos y los puso perfectamente alineados dentro de la "caja para calzado". Se puso las pantuflas que utilizaba únicamente en la sala y la cocina.
Se sirvió un vaso con agua, y cuando se la tomó, lavó el vaso inmediatamente.
Cuando bajó al sótano varios minutos después, luego de haberse duchado, encontró a su amada compañera -aunque no por voluntad propia- atada justo como la había dejado en la mañana; cada día se resistía menos a la idea de estar con él, sin oportunidad de escapar.
-Ya estoy aquí, cielo... disculparás que haya tardado más de lo previsto, pero el Doctor se extendió un poco con la consulta.
La chica, asustada, lo miraba con ojos aterrados, y se retorcía en inútiles intentos por soltarse y alejarse de Dorian.
-Descuida, nadie descubrirá nada... estaremos siempre juntos, hasta que tu muerte nos separe.
PARA EL LECTOR
Valioso lector, espero con sinceridad que éste relato haya sido de tu agrado, confío en que supieras identificar las experiencias que aquí intento imprimir.
Muchas veces, cuando las personas pierden algo de vital importancia, entran en un desequilibrio emocional (en mayor o menor grado; e incluso casi imperceptible) del que resulta difícil recuperarse.
La constante búsqueda de un centro, una fuente fija de felicidad, tranquilidad y estabilidad, enfrasca a los individuos en un pozo de efectos que poco le benefician: la fé, la esperanza, la propia voluntad. Se vuelven incapaces de establecer fines a partir de sí mismos, y cuando la fuente de su tranquilidad se pierde, también se pierde todo sentido en las cosas, y en la vida.
El personaje al que intento dar vida en éstos escritos, pretende ser la representación del tipo psicológico que rompe ésta barrera de sinsentido en el que se sume tras perder al ser amado, pero sin poder salir todavía de aquél pozo que, tanto prolonga su dolor por esperar lo incierto, como puede brindar confort precisamente por el deseo de que ése futuro incierto sea mejor.
Mi personaje es un chico joven, probablemente ya con problemas de estabilidad emocional que, sin embargo, estalla en locura cuando su amada pierde la vida.
Para recuperar la felicidad de la que gozaba, está en busca de experiencias y compañías que llenen el gran vacío que ésta deja al partir.
No obstante, la barrera entre lo que es moralmente correcto e incorrecto queda destruida por la desesperación y el deseo.
Tengo el propósito de realizar una serie de relatos en donde el protagonista de la trama sea Dorian, y las secuelas se irán dando a partir de mi blog anterior a éste, titulado "Carta a tu memoria".
Me gustaría que me dejes tu opinión en la caja de comentarios, para hacerme saber tus críticas (sean buenas o malas); éso me será de gran ayuda para mejorar mi calidad literaria, y conocer tus intereses, estimado lector.
Más adelante publicaré otro tipo de relatos, e incluso escribiré reflexiones -desde una perspectiva exclusivamente personal- sobre temas y hechos que estén en boga; además trabajo en poesías que exponen sentimientos con un estilo con el que probablemente el lector poco se ha topado.
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