Carta a tu memoria
Me siento patético escribiéndole una carta a una persona que ya no existe... sin embargo ésto representa para mí una especie de desahogo; escribir ésta carta en la soledad de mi habitación, sentado frente a mi escritorio con aire melancólico, me da la sensación de que estás detrás de mí, inclinada sobre mi hombro y leyendo éstas palabras. ¿Por qué escribo como si en realidad estuvieras leyendo? Maldición, tal vez debí tomar los antidepresivos que me recomendó el médico. Pero fui demasiado terco al pensar que lo superaría pronto; han pasado ya dos meses desde tu partida...
¡Dos meses! Todo parece haber sucedido apenas ayer; aún puedo percibir tu aroma en las cobijas, el olor de tu cabello sobre la almohada. Y muchas veces, por las noches, despierto sobresaltado creyendo sentirte reposando sobre mi pecho, entre mis brazos... casi inconsciente por el sueño.
Al levantarme por la mañana, permanezco horas enteras sentado al borde de la cama, con la mirada clavada en un punto fijo... mirando a la nada. Todos mis pensamientos se transportan a aquéllos recuerdos que se mantienen tan vívidos, del tiempo en que estuvimos juntos. En ocasiones incluso, hago un esfuerzo sobrehumano por contener un sollozo, o un llanto incontrolable, como cuando un niño cae de la escalera y no se percata de ello hasta que se halla en la planta baja, con el brazo roto y sin saber qué pasó.
Es entonces cuando, transcurridas a veces dos horas, a veces tres, suena el despertador para recordarme que es hora de ducharme, y prepararme para ir a trabajar... a trabajar. El día de ayer falté, y Don Jodón Déspota de Prepotente me advirtió que sería la última; por tanto he de suponer que no tiene ningún caso presentarme más, de hoy en adelante. Así que para éste día, tengo planeada una gran lista de actividades:
1.- Terminar de escribir ésta carta.
2.- Caminar hasta tu tumba y, una vez allí, quemar éste papel, pues tengo la esperanza de que ello me hará sentir liberado.
3.- Caminar de vuelta a casa -en éste punto espero haber perdido ya la mitad del día-.
Y a partir de aquí todo dependerá de qué tan renovado me sienta, así que es mejor no planear más allá; no obstante, tengo la sensación de que algo va a pasar, que me ayude a deshacerme de éste caparazón de nostalgia en el que me encuentro sumido.
...Bien. Continuando con las palabras que quiero dedicar a tu memoria, me basta con decir -a mí mismo, o al aire, o a tu alma si es que existen tales cosas- que formas parte de mí, y que aún después de tu muerte, permanecerás en mi memoria hasta que perezca, definiendo cada decisión que tome. ¡Me has cambiado tanto! Algo que pensaba prácticamente imposible... Adiós, amada mía. El tiempo que compartimos fue el más feliz que jamás creí poder vivir. Hasta siempre...
EL MISMO DÍA POR LA NOCHE
Amada mía, ¡vueltas que da la vida! Tanto tiempo estuve enfrascado en una profunda tristeza, empecinado en no salir a la luz del sol, pues semejante destello deslumbraba mi vista irritada por las lágrimas, que no pude darme cuenta de las maravillas que ésta tierra atesora sólo para mí.
Cuando venía en camino de vuelta del centro de la ciudad, aproximadamente a quince minutos de aquí, me crucé con una mujer tan idéntica a ti, que no pude menos de correr hacia ella pensando que eras tú. Ella se alejó asustada... tal vez me pensó un delincuente dispuesto a robar su bolso.
A pesar de la decepción que me produjo su prejuicio, estaba resuelto a conseguir hablar con ella... y al final lo logré.
Definitivamente no son tan parecidas en la personalidad ni en los gustos, pero cuando mantiene la boca cerrada, casi podría afirmar que has vuelto a la vida -de no ser porque semejante cosa es absurda-.
Ella comprendió perfectamente mis sentimientos, y la impresión que me causó encontrarla en mi camino; incluso se mostró un tanto compasiva, y acarició mi mano. ¡Malditos dioses! Su tacto es tan suave y cálido como el tuyo... en ése instante supe que debía hacerla mía.
Después de varias horas de charla inconsistente -salvo la parte en la que hablamos de tí, claro está-, una hamburguesa y un helado de chocolate con menta, me atreví a proponerle acompañarme a mi departamento.
Naturalmente, ella no pudo evitar una expresión de extrañeza en su rostro, y hasta soltó una risita socarrona como diciendo "¿quién te has creído?". Pero tú me conoces, mujer: cuando me lo propongo, consigo lo que quiera.
Y en éste caso no fue la excepción, pues de hecho ella está sentada justo detrás de mí, esperándome con impaciencia... lo noto en su lenguaje corporal: se retuerce por la emoción, y la idea de mis manos sobre ella le eriza por completo la piel. Una sola mirada que le dirijo, y ella me pide a gritos que no tarde más.
Como te comenté hace un par de párrafos, ella me gusta aún más cuando no dice nada, de modo que le tapé la boca con un poco de cinta americana. A propósito, soy consciente de lo contradictorio que resulta el hecho de mencionar lo especial que has sido para mí, y usar las cuerdas y látigos con los que jugábamos tú y yo, en otra persona. Pero tal vez puedas ser un poco condescendiente, considerando que, sin emitir una palabra, ella casi es tú.
Ahora me vas a disculpar, pero debo ir a reajustar el nudo con el que la até de manos y pies a la silla... dirás que soy un distraído sin remedio, pero en verdad era tal la emoción, que sólo quise mantenerla inmóvil en la medida de lo posible, mientras te escribía ésta segunda y última carta.
Siempre te amaré, musa de mis obras. Después de ti, ha renacido un nuevo Dorian... y las mujeres que sean para mí, serán todas idénticas a ti. Gracias por éste nuevo comienzo... ¡demonios! Se está tratando de desatar, me voy.